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.Ildemaro German Cardozo Gutiérrez

martes, 21 de septiembre de 2010

Huelga y confusión.

Lluís Foix

20/09/2010.

La huelga general del día 29 paralizará el país si el transporte público se interrumpe, si las escuelas y las universidades deciden sumarse al paro, si los hospitales operan bajo mínimos y si las radios y televisiones emiten programas enlatados.

Ya hemos pasado por estas experiencias en diciembre de 1988 contra Felipe González y en junio de 2002 contra José María Aznar. En todos los casos, los sindicatos han defendido los derechos de los trabajadores. La novedad esta vez es que la huelga va precedida por un debate sobre la cantidad de liberados sindicales y, muy especialmente, por una crisis económica mucho más dramática que todas las anteriores.

No es una huelga que vaya directamente contra el gobierno pero el hecho es que en las dos grandes concentraciones para prepararla, el grito coreado por miles de sindicalistas era "Zapatero, dimisión". Desde el comienzo de la transición se ha pedido una ley de huelga. No la ha habido ni posiblemente la habrá. Pero sería muy democrático que quien quiera ir a trabajar el día 29, lo pudiera hacer sin arriesgar su seguridad personal.

Los servicios mínimos no respetarán ni siquiera los vuelos internacionales que tendrían que quedar paralizados ese día. La ocurrencia de un sindicalista andaluz de que los abuelos no cuidaran a los nietos ese día, no merece ni siquiera un comentario por tratarse de una estupidez.

El gobierno intentará garantizar los servicios mínimos pero serán los sindicatos los que los establezcan. La primera gran huelga general del siglo pasado se registró en Inglaterra en 1926 siendo Winston Churchill ministro de Economía del gobierno Baldwin que fue director de la British Gazette, un periódico del gobierno para mitigar los efectos de la huelga que se prolongó diez días. El mismo Churchill repartía ejemplares por la calle en defensa del gobierno conservador que impuso una rebaja de los sueldos y no mejoró las condiciones laborales de los mineros. El balance no fue positivo para ninguna de las dos partes en conflicto. El país entraba en la crisis que estallaría tres años después en todo el mundo industrializado.

No sé si la reforma laboral se revocará. Me temo que no porque
Zapatero no ha tenido más remedio que aplicar las recetas impuestas por los organismos internacionales y por la propia Unión Europea. Lo peor para Zapatero es que los que le plantan cara para paralizar el país son los suyos, los que quería proteger por encima de todo, los que serían los últimos en recibir los impactos de la crisis.

Pienso que el sindicalismo tal como está organizado está anclado en las estructuras del pasado. Claro que las huelgas son legítimas y que alguien tiene que defender los derechos de los más débiles. Pero me temo que esta vez no conseguirán su objetivo porque las circunstancias superan a los mismos sindicatos.

Lo más doloroso que le debe pasar por la cabeza a Zapatero es ver cómo los que te meten en el foso de los leones son los tuyos, y al cabo de poco ya no sabes si aquellos son los tuyos o incluso no sabes siquiera si tu eres de los nuestros o te has convertido en uno de ellos. Confusión. Zapatero es prisionero de su cambio de discurso que, paradójicamente, era el único que podía proponer si quería seguir gobernando.

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